En los primeros momentos de nuestra vida tenemos una percepción limitada del mundo que nos rodea. Muy pronto desarrollamos miedos a determinadas situaciones. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los ruidos, personas y ambientes nos son desconocidos y pueden provocarnos diferentes niveles de ansiedad. Poco a poco, según vamos creciendo, podemos ir superando estos primeros miedos y sometiéndonos a la influencia de otros nuevos.
Un factor que incide en la aparición de cierto tipo de miedos, como la angustia de separación de madre-padre, o el temor al abandono, es la escasa capacidad para medir el tiempo. Cuando mamá o papá se aleja no sabemos cuánto se debe esperar hasta que vuelvan y aparece el miedo a la pérdida definitiva.
Al llegar a la edad de 3 ó 4 años, los miedos comienzan a ser también irracionales y hacia los 6 años predominan temores a monstruos, animales imaginarios, sombras que cobran vida o grandes peleas. Muchos de estos miedos se ven inducidos por el ambiente externo, las series televisivas, las historias de amigas-amigos, etc. Estos miedos irracionales se combinan con otros más prácticos y reales, como miedo a hacerse daño tras una caída, miedo a hablar en público o miedo a los animales.
Algunos temores infantiles están fundados en experiencias negativas y pueden servir a madres y padres como alarma para identificar situaciones de abuso, tanto por parte de personas adultas como por parte de compañeros o compañeras de colegio.
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