Durante cinco entradas hemos leído que se puede lograr un clima adecuado donde todas las personas que componen la familia se sientan en un entorno seguro y acogedor. Aunque se nos dan pistas como ofrecer seguridad, enseñar a razonar, actuar con serenidad, respeto y previsión, estimular y aceptar, en las situaciones concretas del día a día se nos hace difícil poner en práctica ideas que, en principio nos parecen lógicas y adecuadas. La pregunta siempre salta: -"Sí, pero, ¿que hago yo cuando mi hija...?"; o, -"Si mi hijo....¿yo puedo hacer algo?"
Necesitamos poder poner en práctica las ideas. Y no es fácil. Requiere tiempo... y modelos. Modelos que sirven, no para repetir exactamente en todos los casos, sino para ir practicando una nueva forma de ver las situaciones.
A mí me vino bien, lo que nos ofrecieron en unas charlas de madres y padres, hace bastantes años. Aunque he adaptado algunas cosillas, la idea fundamental me parece que sigue siendo válida después del tiempo transcurrido. El tema: los eternos conflictos entre nuestras criaturas; entre hermanos, entre hermanas; en este caso concreto entre hermana y hermano. Lo interesante del texto: el análisis de la situación y las consecuencias que trae nuestro comportamiento.
Es un ejemplo que puede ayudarnos en nuestro día a día. Aunque puede resultar largo, creo que merece la pena.
LAS ETERNAS PELEAS ENTRE HERMANAS Y HERMANOS
Rafael tiene seis años. En octubre comenzará a ir al colegio. Su hermana Silvia tiene cuatro años y medio. A veces a Rafael le gusta "hacerse el mayor", el protector. Pero a veces, él y su hermana llegan a las manos. A Rafael siempre le apetece jugar justamente con lo que se está entreteniendo Silvia. Le quita los juguetes a su hermana y cuando ella se opone, le pega. En estos casos, la habitación se convierte en un verdadero "ring".
Primera posibilidad: la madre o el padre (o la persona responsable) va a la habitación y le pregunta a Rafael, no sin cierto reproche en la voz: "¿Por qué tienes que estar siempre fastidiando a tu hermana? Ella también quiere jugar. Tienes que comprenderlo. Aunque sea mucho más pequeña que tú".
La madre no ha castigado. Pero tampoco ha resuelto el conflicto.
Consecuencia: diez minutos más tarde volverá a comenzar el mismo drama: Silvia empezará a llorar y a quejarse, hasta que a la madre o al padre se le acaba la paciencia.
Segunda posibilidad: la madre o el padre (o ...) se precipita hacia la habitación y grita: "¡Deja en paz a tu hermana de una vez!" Mientras grita se va enfadando cada vez más: "No voy a tolerarlo más; ¡se acabó!". La puerta se cierra de un portazo. Las criaturas se quedan serias. la madre o el padre ha castigado... regañando. Pero el conflicto no está resuelto ... ni mucho menos.
Consecuencia: para Rafael, su hermana es más tonta todavía, porque grita y es una chivata. En la primera ocasión se lo hará pagar. Y Silvia, por su parte, ya sabe que cada vez que no le guste algo, es suficiente con que grite, porque "mamá o papá vendrá y me ayudará y regañará al malo de Rafa". Así la niña aprende a enfrentar a su madre y a su padre con su hermano. Cada vez será más difícil que Silvia y Rafael hagan, jueguen y emprendan algo en común o que, en general se mantengan en unión.
Tercera posibilidad: la madre o el padre (o...) entra en la habitación y grita:"Ya has conseguido que me enfade de verdad". Dos buenos azotes para Rafael. La madre o el padre ha castigado... y Rafael se da cuenta. Quien ha dado los azotes se encuentra mejor, porque ha dado rienda suelta a su enfado. Pero el problema solo se ha resuelto momentáneamente.
Consecuencia: Rafael, que ha recibido el castigo, se siente humillado e inferior. Su madre o su padre es más fuerte, pero él a su vez es más fuerte que Silvia y ya encontrará suficientes ocasiones para vengarse de ella. Porque en realidad es ella quien tiene la culpa de que le hayan pegado. Y Silvia, por su parte, vuelve a aprender que cad vez que se encuentre a disgusto, hay un remedio muy fácil: llorar y gritar. Mamá o papá se encargará de darle unos azotes a Rafael. Y con ello, la relación entre hermana y hermano será cada vez peor.
Cuarta posibilidad: la madre o el padre no interviene para nada. Las criaturas se educan a sí mismas. Efectivamente, al rato vuelve a reinar la paz en la habitación. Pero esto, que parece una solución, en realida tampoco lo es.
Consecuencia: aunque la pelea haya terminado, ha sido a costa de la persona más débil, en este caso la hermana pequeña. Aprende que quien es más fuerte siempre se impone. Ella se hace así temerosa, tímida y siempre procurará adaptarse a quienes le rodean. Cuando Silvia sea mayor, seguramente tendrá que enfrentarse con dificultades de convivencia, porque no sabrá imponerse.
¿Qué hacer? Lo más importante es desterrar el conflicto para siempre.
Por ejemplo así: la madre o el padre llega a un acuerdo con las criaturas. Les dice: Cada vez que os peleéis iré a la habitación. Entonces cada cual se irá a otro lugar de la casa. Cuando os hayais tranquilizado podréis seguir jugando.
O bien: haciendo ver y valorando cualquier contacto positivo entre una y otro (si por ejemplo, Rafael le enseña o explica algo a su hermana , o simplemente si están jugando y pasándoselo bien).
O bien: la madre o el padre discute el problema con la niña y el niño, porque tan importante es que aprendan un comportamiento social como que más tarde aprendan a escribir o a sumar en el colegio. Por supuesto, esta conversación no debe mantenerse mientras dura la "crisis", sino cuando estén en armonía.
O bien: las tres opciones son absolutamente complementarias.
(Fuente: revista SER PADRES. nº 20. Adaptada)
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